domingo, 20 de diciembre de 2009

Cirugía interior


Lo primero que arrasaron los antidepresivos fue el deseo. Ya sólo podían tirar de mí las carretas. Y no es que me hubiesen dejado del todo inofensivo, la rigidez seguía existiendo, pero ya sólo buscándola y no de un modo espontáneo.

Ahora podía ser un filósofo de la escuela estoica y renunciar a la distorsión que las bajas pasiones son para el intelecto. ¿Era más feliz? Debo decir que sí. Y lo sigo siendo en esta tregua de tranquilidad que me ha entregado la farmacia y la subvención de la seguridad social.

Recuerdo cómo Jodorowski asegura que ahora que el deseo sexual no es tan imperioso se siente más libre. También las palabras de un artículo de Houellebecq sobre una excursión de unos viejos que bromean sobre el sexo, tienen buenos recuerdo sobre lo que hacían en su juventud aunque en muchos casos sea cosa del pasado. Y con esos recuerdos leídos enriquezco mi experiencia.

La ausencia del deseo no es total. Todavía recuerdo ciertas pasiones que disfruté. Pero también todas las barbaridades que llegué a cometer por algunas. Y el precio que me costaron las menos recomendables. En la balanza de los últimos tiempos el placer pesaba como una pluma y el sufrimiento como el hierro.

Demasiados errores.

Mi otro vicio capital, la ira, tampoco es que me alegrase mucho la vida.

Desde que he regresado a una cierta paz, no sólo química sino real ya que la baja del trabajo me ha permitido tener tiempo para mis aficiones y pequeñas felicidades cotidianas, el mundo no ha tenido más sentido pero he vivido como si lo tuviera.

He comenzado a barrer mi último yo. Eliminé un blog, un Facebook, una dirección de mail, un número de teléfono. Me aislé de un pasado que más tarde o más temprano me alcanzará. Pero eso ya no importa. Cuando el antes se encuentre con el ahora yo tengo que ser otro, el de después.

No puedo dejar de ser yo del todo pero siempre se puede pulir un poco la personalidad. Al menos cuando uno admite que se le ha deformado un poco.

Eso no significa que cuando se disipe el efecto de las drogas legales que se recetan no vuelvan los equilibrios al borde de todo lo que me pierde. No pretendo convertirme en un yonqui respetable cuando no lo he sido tampoco de los que compran en callejones (de la farmacia al callejón sólo hay una diferencia de vulgar legalidad).

Y un hedonista como yo tampoco se puede castrar el placer o hacer pancartas

pro-castidad de las que se reiría todo el mundo empezando por mí mismo.

Sólo intento que la naturaleza no sea más fuerte que mis intereses.

Mi rebelión contra ese Dios en el que no creo empieza por no dejar que me chantajee hasta el punto de perder la razón y dejarme llevar por los instintos.

No es prepotencia pero sí ambición. ¿Y qué?

Cuando pierda no podré decir que no lo he intentado.

5 comentarios:

  1. Te has escrito y me has escrito a mí también.
    No sé si he dado con la farmacia apropiada o si ya perdí y lo intenté.
    Con admiración te leo porque además lo haces, escribir, de puta madre.

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  2. El ejercicio de la autoconvención suele ser una buena terapia; más que cualquier droga. Yo también lo intento aunque el colocón me dura como mucho unas horas. ¿Puede uno aprender a controlarse a sí mismo? Pero está bien intentarlo, dejarnos llevar por el ritmo de lo que llaman vida.

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  3. yo sigo resistiéndome a pasar por los antidepresivos (o sea, por un especialista) pero debo estar fatal porque casi no leo

    mi última cura para el último bajón gordo (el de estos días creo que viene de la navidad y la regla a partes iguales) fue buffy cazavampiros

    en fin

    ánimo!

    besos

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  4. ¿Queriendo ser un poquito otro? Se puede.
    Me ha gustado.

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