lunes, 14 de diciembre de 2009

Fernando Sánchez Dragó se despide a su pesar


Como le dolía caminar no tenía más opción que gatear o en caso de erguirse como un hombre, pagarlo con dolor. Decidió la animalidad y sostenerse a cuatro patas. Le habían cortado el talón de Aquiles en ambas extremidades. Ahora veía el mundo desde abajo, como su difunto y llorado gato Soseki. Cómo había podido amar tanto a su mascota. Cuánto sufrió su muerte. Y en cambio, paradojas de la vida, cómo disfrutaba viendo la tortura y el asesinato de los bravos toros. Cómo defendía toda esa sangre inocente derramada sobre un ruedo a manos y sobre todo espada y banderillas de un rufián de traje afeminado que se las daba de héroe. Aquellas tardes de Lorca “a las cinco de la tarde, las heridas quemaban como soles” le venían de golpe a la mente. Pero el cuerpo ya no las sentía con placer. Ahora no le apetecía levantarse desde su silla preferente detrás de la barrera (dónde se ven mejor los toros) y abrazar a su joven concubina de lujo. Tampoco jalear al torero o valorar su acción pidiéndole una oreja o el rabo de un animal rudo pero sin malicia que había muerto frente a otra bestia más ruda si cabe, una armada con filo traidor y astucia rastrera.

Fernando Sanchez Dragó se movía torpe y desnudo en ese suelo arenado. Le debían haber puesto narcótico en la bebida. Aquella chica de dieciocho años que parecía tan asequible a su encanto de escritor resultaba no ser lo que había pensado. Esa hetaira contratada le había traicionado de algún modo. Si no, no se explicaba esa saliva como pasta reseca en la boca, ese dolor en la cabeza leve pero mareante, ese aturdimiento artificial, esa extraña situación en la que se hallaba ni el cómo había llegado hasta allí sin desearlo en modo alguno. ¿Dónde estaba? Pero si él siempre lo sabía todo. Sus artículos eran puro derroche de retórica al servicio de sus machadas y de sus huevos que ahora, meras y asustadas pasas arrugadas, colgaban de él hacia el suelo humillándole. No es que le importase mostrarse desnudo al público, ya lo hizo en alguna ocasión para buscar una polémica que no encontró, es que no le gustaba que lo desnudasen otros y sin permiso. Lo que no soportaba era no controlar la situación.

Y entonces sintió la punzada. O las punzadas. Como abejas sobrealimentadas sobre su lomo sentía el dolor que le hería en varios puntos de su anatomía. Alguien le estaba apuñalando o… Intentó volverse pero el sol le molestaba. Se sentía tan cansado… Y el sufrimiento apenas le dejaba pensar. Al principio era rabia pero ahora la impotencia le estaba volviendo manso. Sólo quería salir de esa pesadilla cuyos códigos ni controlaba ni entendía. Pero la única respuesta no fue más que la V invertida de dos piernas. Dos delgadas columnas entre él y la huída. Luego un brazo del que colgaba un trozo de tela en forma de capote con la fotografía de una joven atractiva mirándole semidesnuda e invitadora, agitándose al viento y por efecto del brazo del presunto torero frente a su rostro. Casi por instinto se acercó, a pesar de su dolor, hasta ese trapo impreso pero cuando creía alcanzarlo sintió otra puñalada sobre el lomo y cayó rendido por la fatiga y por la carencia de sangre en su cuerpo. Estaba agotado. Y el dolor estaba más allá de lo soportable. De reojo pudo ver que algo había caído de su espalda. Una banderilla. Pero antes de entender esa imagen le llegó una voz desde unas alturas que ya nunca alcanzaría en vida, apenas el metro ochenta que separaba el suelo de arena de la boca del hombre que le hablaba tranquilo pero sólo porque contenía la ira:

- Somos una agrupación de antitaurinos de esos con los que usted se mete tanto. Esos a los que llama intolerantes y no se cuantos epítetos más porque estamos en contra de las corridas de toros. Sólo queríamos demostrarle lo que verdaderamente significa ser intolerante. De todos modos, como dicen muchos de ustedes… el toro no sufre. ¿Qué tal se lo está pasando?

Pero Sánchez Dragó no podía responder. La fuerza necesaria para elegir o juntar palabras, tan ilimitada en otros tiempos, había desaparecido por completo. Sólo estuvo a punto de gritar algo horrorizado cuando aquellas últimas palabras le llegaron al cerebro:

- Qué pena que no pueda ver esta faena. ¿Quién sabe? A lo mejor soy el nuevo José Tomás. En fin… A por las orejas y el rabo.

9 comentarios:

  1. Recuerdo que escribí una gilipollez criticando el programa de Dragó y casi me muelen a palos.
    Precisamente aquellos que defienden la libertad y el amor...
    Y todo el día con la gata viva, con la gata muerta. Como dijo aquel: te pareces a la gata flora, que cuando se la meten grita y cuando se la sacan llora.

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  2. A Dragó le puede su ego absurdo, y lo peor es que no se da cuenta; se cree John lennon y no llega a Marujita Diaz..

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  3. ¡Buena faena!
    Y también cojonudo el dicho que ha puesto "La palabra en cierne"; el de la gata Flora, jajajjaa.

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  4. Yo soy Dragoniano de pro.
    Tu texto es bueno y se respeta.
    Dragó es un azote en una España distópica y de socieda pamplinera. Saludo!

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  5. David, mi primer comentario me encanta tu título El Refugiado, en cierta manera todos nos sentimos así, somos refugiados de este mundo que no nos gusta, necesitamos crear nuestro propio limbo para crecer, y poder desarrollar aquellas cosas que nos gustan..un saludo gracias por leer mi humilde blog.

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  6. Gracias por tu visita y tu apoyo...un abrazo..

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  7. AVISO: intentando quitar del listado de seguidores uno con forma de, digamos, vagina desplegada, tras el que se ofertaba una página porno, he cometido la torpeza de cargarme a otros seguidores que quisiera seguir viendo allí.
    En fin, que si se ven, o no se ven, vuelvan a ponerse allí. O a no ponerse. Gracias.

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