miércoles, 27 de enero de 2010

Aquel sindicalista cabrón


Recuerdo que hablando con un compañero de trabajo no podía estar más de acuerdo en darle la razón sobre lo buena persona que era nuestro otro compañero, asesor y enlace sindical. No podía estar más de acuerdo… ni más equivocado. Aquel personaje al que admirábamos tanto era un hijo de puta en su tiempo libre. O tal vez cuando la ocasión lo requiriera. Pero un cabrón de mucho cuidado.
Tenía sus defectos como todo el mundo. A veces se enfadaba porque ignorabas algo sobre tus derechos laborales y su ira venía con profusión de gritos, epilepsia incontrolada del labio inferior y grandes aspavientos o braceadas al aire desde su alto y voluminoso cuerpo. De haber tenido una melena en lugar de una calvicie hubiese parecido una reproducción perfecta de Thor, el Dios del trueno y de haber añadido un martillo, hubiésemos visto como agitándolo llovía a cantaros en el exterior.
Pero era honesto. Así lo creíamos. Nunca te daba la razón en nada. Tendía a pensar que todos éramos tontos. Me dí cuenta de eso porque solía decir a casi todo lo que decíamos “eso os pasa porque sois tontos”. Pero luego nos asesoraba sobre alguna ley que nos interesaba. A regañadientes y siempre sin salir de la etapa de la negación que suelen tener los niños de dos años aunque él se acercaba ya a los cincuenta, nos gruñía instrucciones de lo más útil. Era como tener un House sin tanto ingenio (tenía un sentido del humor bastante repetitivo y pesado) pero con el mismo fondo útil y funcional que te hace pensar que al final saldrá algo bueno de él aunque no quiera.
Alguna vez que se emborrachaba celebrando algo en el trabajo le salía una vena divertida y criticaba sin maldad a los compañeros ausentes(X, esa gorda de mierda. J. ese maricón de mierda. Z. ese viejo estúpido). Sí, era tan divertido borracho que te alegrabas un poco por estar allí y te conmovía hasta el escalofrío pensar qué diría de ti si no estuvieras delante. Pero por lo general, un buen tipo. Durante casi siete años mantuve esa idea de él.
Luego llegaron unas elecciones en las que yo intenté salir como enlace sindical para protegerme más que para atacar a mi jefe. El sindicalista amigo de los obreros tomaba desde hacía cuatro años el café con los encargados. Se presentó a enlace cuando nunca le había interesado hacer de eso más que ociosamente, cuando alguien le preguntaba, sólo por hacerme de oposición. Ganó por un voto por cuatro motivos a) los tres encargados le podían votar b)estuvo asustando a los compañeros con algunas consignas del despacho y solía decirles que si salía yo elegido les restarían derechos C)ese día de elecciones apenas había compañeros trabajando que no tuvieran que romper sus vacaciones, fiesta o descanso para votarme D)a los pocos que había el muy cabrón les dijo que yo iba a denunciarles por no sé qué patraña en la que yo no tenía nada que ver(¿Denunciar yo a mis compañeros?). Siete años de engaño se me cayeron de los ojos. Ese gran tipo perdió mucha estatura ante mis ojos en cuestión de días. Al menos en un sentido moral del término.
Al principio de aquel cómic que se premió hace años con el Pulitzer (“Maus”) un padre se indigna con su hijo porque llama amigos a sus… amigos. Le viene a decir que nunca sabrás quienes son tus amigos hasta que los encierren contigo en una habitación varios días y sin comida. El padre ha estado en los campos de concentración nazis y sabe de lo que habla.
Que el hombre es él y su circunstancia ya lo sabía.
Que ese sindicalista vendido no es el demonio por sus últimas acciones también lo sé.
Que no debería sorprenderme porque la gente no es la imagen unidimensional que tenemos en la mente también es cosa sabida.
Lo que no puedo evitar es que a pesar de toda esta filosofía simplona cada vez que pienso en este individuo se me llena la boca de una saliva que me encantaría escupirle a la cara. Afortunadamente me limitaré a escupirle sólo las palabras de este post.

martes, 19 de enero de 2010

Se siguen aburriendo


Parece que tuve un pálpito el otro día con lo de escribir sobre mi jefe. Después de meses no me pitaban los oídos pero sí el Microsoft Word dónde redacté el último post.

Escribí dudando sobre la necesidad o no de recuperar los peores momentos del pasado y planteándome si debería perdonar un poco más pero… Me llegaron ese mismo día rumores del trabajo. No del jefe exactamente.

El sindicalista cabrón al que todavía le debo un post iba contando por ahí aventuras mías inventadas. Cómo ya no estoy para montar fiestas de gritos, rebeliones y portazos la gente parece aburrirse. Cómo el periodismo amarillista cuando no tienen noticias, en mi trabajo se las inventan. La última que he sabido es que ese sindicalista en el que me centraré en otro post dice que he dejado el Facebook, el messenger, el blog(eso es bueno, significa que a este no han llegado) y hasta el móvil porque mi pareja mostraba fotografías suyas muy sexys y eso me molestaba. ¿Queeeé?

Bien. Ahora se vende una fotografía mía de talibán depresivo y maníaco. Pero se vuelve a hacer con torpeza.

Primera objeción: Si mi pareja era dada a las fotografías sexys… ¿Por qué no pedirle a ella que las borre de su Facebook? En caso de que me molestasen.

Segunda objeción: ¿Qué tiene que ver el móvil con las fotografías?

Tercera: Y si soy tan talibán por qué escribía esos post tan calientes con ella de los que por cierto también se quejaron mucho y montaron sus polémicas. No quiero mostrar sus carnes pero sí contar cómo follamos en detalle. Espero no ser el único que vea incongruencias aquí.

Cuarto: En la playa su atuendo no ha sido más grande que un delgado tanga y yo, que según ella no sé prohibir, me resigné a eso tranquilamente. Su cuerpo estaba al alcance de todas las miradas pero sólo de mis manos.

Dicho esto hay que aclarar que lo nuestro ya ni es. Ahora no estoy con ella. Entre nosotros sólo hay un pequeño puente bombardeado por el odio (y asco) que se le ha quedado hacia mí por motivos que considero injustos pero que entiendo si me pongo en su lugar. Por lo demás nunca me hubiese atrevido a censurarle el cuerpo. Sobre todo porque era su cuerpo y no el mío.

Si he cortado todos esos medios de comunicación no es por mi ex, es por ellos. Que se hayan dado cuenta tan pronto de todo eso es que se han molestado en investigarlo (lo que habla muy mal sobre el tiempo libre que tienen y lo que se aburren). Necesitaban la historia real de lo que me ocurría en la vida. Querían saber los unos (sindicalista y jefes) cuándo les insultaba para reprenderme y no quedar mal por hacerlo, los otros querían saber de mi relación con ella y de mí porque al parecer sus vidas están vacías o para indignarse con el “atrevimiento” de mis confesiones, querían… no sé, un mono de feria.

Pues nada. Que se lo compren. O pueden reproducirse y tener hijos. Eso también entretiene bastante.

domingo, 17 de enero de 2010

Recordando amarguras pero sin rencor


Una vez llamé hijo de puta a mi jefe. Creo que estaba algo molesto con él.

Me había negado a quedarme más tiempo a trabajar sin cobrar y él solo dijo “vale, vale”. Ese “vale” al cuadrado significaba que no me podía a obligar a eso pero sí podía buscarme otros inconvenientes. Y lo hizo. Su nombre es venganza y sus apellidos “mobbing si me jodes”. Y así me quitó ciertos privilegios con los horarios y cada vez que pasaba por mi lado me ponía cara de “qué mierda hace esto aquí todavía”.

Un día me puso un horario que me enfadó más de lo normal. Yo soy tocayo suyo y también me llamo así, venganza. Lo primero que sentí es que quería ir al despacho y acuchillarlo pero en ese momento estaba otro encargado que no era él. Por un momento pensé que ya me servía de saco de boxeo pero al final la tomé con algunas partes del local. Una pequeña parte de mi consciencia humana me agarraba del cuello y me decía que me estuviera quieto, que aquello no estaba bien.

Pero luego en casa seguía con la ira. No podía dormir. Tenía que desahogarme. Llamé a casa de mi jefe para llamarle hijo de puta a las dos de la mañana. Sé que hay una sentencia reciente dónde un empleado ha salido inocente por estar bajo mucha presión y llamar así a su jefe. ¿Estaba yo en caliente cuando insulté a mi superior? Bueno, un poco sí perdí la cabeza. Teniendo en cuenta que me golpeaba con ella contra la pared y que me dejé los nudillos en el inocente armario de mi biblioteca de pura rabia, creo que exculpado saldría yo también del caso. Más tarde leí en el convenio que este tipo de faltas graves expiran a los tres meses si no se denuncian. Mi “ataque” fue por Semana Santa así que ya puedo escribir, ya…

Al día siguiente regresé al trabajo y comenté esto a mis compañeros. Mi jefe, esa rata cobarde y taimada, no apareció por allí. Yo por si acaso llevaba un Diazepam bajo la lengua. Sé que en nuestra sociedad no se considera diálogo golpear los dientes de alguien ni mucho menos cortarle la cabeza con una navaja y pasearte con ella por tu lugar de trabajo. La farmacopea moderna me ayudó a parecer una persona durante buena parte del día. También el hecho de que por allí sólo estaba mi encargada que no me inspiraba tantas pasiones borrascosas como el jefe.

Mis compañeros eso sí, se comenzaron a despedir de mí. Nadie me veía una continuidad en la empresa más allá del momento de recoger mi finiquito.

Al día siguiente me llamaron al despacho y yo me preparé para recoger el dinero y causarle más pesadillas a nuestro gobierno aumentando la cola del paro. Mejor que no duerma el gobierno a que no pueda dormir yo.

Mi jefe dejó la puerta del despacho abierta y se acompañó de la encargada. Intuí que había perdido toda su confianza en mí. También en mi equilibrio mental. Y entonces habló:

- Si lo que quieres es que te eche lo tienes mal. No sé que te pasa últimamente pero vas por mal camino. Aquí no se te ha hecho mobbing de ningún tipo. Simplemente te negaste a hacer algo y has perdido tus privilegios por ello. Ya está y blah, blah…

Bien. En algunas palabras explicó que me hacía mobbing pero que al llamarlo de otra manera no era mobbing y que no me echaba porque normalmente hay una ley no escrita en las empresas que dice que cuando el trabajador está harto, más tarde o más temprano se irá por su propio pie y te ahorrará gastar en él una indemnización por despido improcedente.

En esta empresa he visto despedir a mucha gente por causas injustas.

Por la misma perversa forma de injusticia, yo sigo trabajando allí.

Pero de baja por depresión nerviosa.

Y para proteger a mi jefe de mis arrebatos, que mala persona no soy. Al menos cuando las pastillas me permiten desarrollar toda la bondad que hay en mí.

miércoles, 13 de enero de 2010

Siempre hay alguien que te objetará (y III)

Escandalizarse por algo ya es cómo creerse el centro del universo. Es como pensar que el universo se rige por una ley universal y que tú tienes el secreto de esa ley y la llave de la verdad absoluta. Curiosamente, esa compañera que se escandalizó con mi relato erótico me suele explicar los concursos de pedos que hace con su novio y hasta expulsó involuntariamente (eso asegura) uno en mi presencia no hace mucho. El primer día que llegó al trabajo me explicó sin ningún pudor el funcionamiento de sus intestinos y que para adelgazar necesitaba comer fruta y no sé cuantas cosas más relativas a dicho proceso y hasta me avisaba que iba al servicio y lo que es peor, el motivo por el que lo hacía. A mí, aunque no me escandalizo, no me gusta especialmente la escatología. Digamos que hasta me incomoda un poco. Pero no le dije nada. No conozco su familia. No sé el tipo de costumbres que le han hecho pensar que hablar sin pudor sobre su tránsito intestinal es de buen gusto y escribir un relato erótico en un blog es terrible. Tampoco entiendo cómo suele contarle al primer desconocido que pasa a tener una charla con ella que tiene una enfermedad vaginal que no le hace daño a los hombres pero sí puede hacerle daño a las mujeres y que es contagiosa. Suele exculparse diciendo que a su novio se la contagió una ex y él se la pasó a ella. Estos detalles son ciertamente instructivos sobre los peligros que nos aguardan si vamos buscando sexo anónimo y todo eso pero lo cierto es que he visto a más de un compañero mirar a otro y sonreírse entre ellos con una mirada pícara y como diciéndose “¿pero tú ves lo que cuenta esta?”

Es sólo por eso y no porque realmente me molestase que la chica en cuestión pensase que había contado experiencias demasiado íntimas en mi relato. Me extrañaba que le resultase íntimo que yo practique sexo con una chica y que no le parezca íntimo que sepamos lo que hace cuando va al servicio. Ambos son hechos fisiológicos pero si de lo que estamos hablando es de intimidad pues yo diría que parece más íntimo algo que se hace en solitario que algo que se hace entre dos personas.

Lo único que me queda claro después de todo es lo que siempre he sabido íntimamente: a la moral no se le pueden buscar razones. Lo mejor es escribir desde el anonimato como Thomas Pynchon y otros escritores que escribieron desde la libertad de no tener una cara que ofrecer a los puños ajenos.

Y si aún así me descubren, seguir escribiendo. Valoro más lo que me sale del teclado que a cualquiera que no me puede leer por un equivocado sentido de la moral.

Puedo respetar una moral distinta a la mía. Lo tengo más difícil con la irracionalidad y la incoherencia de según qué puritanismo.

martes, 12 de enero de 2010

Siempre hay alguien que te objetará (II)


Pero es que en mi caso la preocupación no es tanto por que se ponga en tela de juicio mi moral como por el hecho de que sí se pone en tela de juicio mi empatía. Me vanaglorio de respetar el discurso de mi interlocutor y su idiosincrasia. Si una compañera de trabajo me dice que se identifica con la puritana y mojigata de “Sexo en Nueva York” sé que no hay posibilidad de que nos riamos al unísono con ese compañero nuestro que cada vez que ve un cartel promocional con una mujer que le gusta, saca la lengua de la boca y simula un cunnilingus con el papel del cartel que reproduce la falda (más concretamente la zona de la falda que oculta la vagina o coño de la artista). Como ocurre con los cómicos del mundo musulmán o los profesores de P-5 me veré obligado a ser gracioso sin sexo y puede que sin política, con dicha compañera. Un límite que siempre he aceptado por decoro. Y si consigo hacerla reír como consigo hacer reír a mi sobrina de cinco años(a veces sin más esfuerzo ni voluntad que la de tropezar con un escalón y estamparme de morros contra el suelo) me sentiré igualmente halagado. Habré empatizado con una moral diferente a la mía, seguiré satisfecho y convencido de que puedo conectar con cualquiera con quién me lo proponga. Habitualmente no juzgo por la moral a la gente. No busco el escándalo gratuitamente. Hay modos más sutiles de destacar y de todos modos, el escándalo ya viene solo. Creo que esas personas me han de merecer un respeto si yo se lo merezco a ellas. Es así de simple.

Conozco personas a las que valoro como inteligentes con supersticiones, manías, opiniones e ideas que me parecen de eras antediluvianas pero me lo suelo pasar muy bien con ellos y gastándoles bromas respetuosas. No compartimos ideas pero a veces compartimos grandes momentos. De hecho, soy consciente de que si tuviera que buscar una persona que compartiera el cien por cien de mis ideas y creencias moriría antes de encontrarla. El problema entonces no está en mis relaciones sociales y cuando tengo a alguien delante. El problema llega con un escrito para por ejemplo, un blog. No soy un articulista de “La razón” o “El País”. Estos sí tienen claro a quién se dirigen o por lo menos sus escritos juegan a lo seguro. Hay una amplia gama de lectores que en uno o en otro periódico serán de derechas o de izquierdas o moderados…

Otros blogs suelen ir acompañados con pequeños perfiles dónde se resume la idiosincrasia del que escribe.

Pero el mío no. Tanto este como el anterior, el de la polémica (y no lo cerré por la polémica de la que hablo aquí si no por otras mucho peores), están abiertos… a quién quiera entrar. Y claro, si dejas la puerta abierta lo más suave es que se te meta un ladrón. Pero te puede suceder que llegue un vándalo que te golpee, te viole, te quiera amordazar (y esto va con segundas, obviamente) o te diga que eres un libertino.

La mayor parte de las críticas vertidas en mi blog, no sé si porque mi círculo de amigos no suele estar entre escritores, casi nunca ha tenido que ver con la sintaxis o la gramática o cómo está escrito. El problema siempre ha sido aquello sobre lo que escribo (curioso en alguien que no lee las sinopsis de los libros, tebeos o películas porque le suele interesar más quién los escribe, su estilo y la seguridad de que un buen autor hará interesante incluso aquellos temas que en manos de otro me harían dormir a pleno pulmón y ronquidos). A nadie le importa si escribo mejor o peor. Sólo se acuerdan o se acordaban de mí (este blog lo he abierto sólo para mis queridos desconocidos virtuales) para preguntarme si “no me estaba pasando un poco de la raya” con lo último que había escrito sobre tal o cual persona (y a veces ni siquiera estaba escribiendo sobre esa persona porque estaba escribiendo sobre otra).

Me dirijo a quién me quiera leer. A ser posible a gente que no relacione lo que escribo conmigo. De ahí que aquella chica que se escandalizó porque escribí sobre sexo ya no posea este nuevo vínculo que tenéis ahora sobre la barra de herramientas.

Pero hay algo más. Un último y paradójico tema sobre ella y su escándalo y lo que sintió cuando yo escribía sobre follar, coño y esas cosas con las que a pesar del siglo XXI hay gente que se lleva una mano a la boca, te abre los ojos como platos y mira a otro lado porque los carrillos están rojos de pura vergüenza.



Mañana lo termino, en serio

viernes, 8 de enero de 2010

Siempre hay alguien que te objetará (I)


Que hagas lo que hagas y digas lo que digas siempre habrá alguien en desacuerdo (y en desacuerdo incluye una gama de posiciones que recorren la paleta de colores del humor humano que van desde la persona que dice algo así como “discrepo pero entiendo que tiene usted derecho a decir lo que dice”, hasta el otro que no dice nada y con un rugido se lanza sobre tu cuello para que retires lo que has dicho mientras el oleaje de su bilis se le escapa por la comisura de los labios)es tan obvio que resulta un tanto ingenuo comenzar un artículo con tal afirmación. Platón lo dijo de otro modo en unos tiempos en los que todavía habías personas que se quedaron boquiabiertas con la afirmación. Y sin embargo, en esta era postmoderna en la que todos tenemos una opinión y partimos de la idea ya asumida de que muchas personas no estarán de acuerdo con nosotros… ¿Por qué siguen siendo tan terribles y lacerantes las opiniones opuestas de alguien a quién podemos apreciar? En mis cuatro años de blog he tenido algunas experiencias al respecto.

Cierto posts sobre un encuentro sexual real o inventado me hizo reflexionar sobre el tema. Una amiga le comentó a otra amiga que yo estaba escribiendo “cosas muy íntimas”, que tal vez debía cortarme un poco. Todo esto lo supe por la amiga a la que le explicaban esto, la lectora que discrepaba no llegó a decirme nada sobre el asunto, las sonrisas no le fallaron nunca conmigo pero sin yo saberlo, bajo capas de mascarada puramente social, su sentido puritano y judeocristiano le hacía verme como un incipiente aventajado del Marqués de Sade. Había descrito ciertos asuntos sobre mí que nadie más que yo o el sexólogo deberían saber nunca. Pero… ¿Realmente explicaba algo escandaloso?

Depende de adónde dirijamos nuestros pasos virtuales. Depende de nuestra opinión de lo que es escandaloso. El escándalo es tan relativo que explorarlo es como hundirse en arenas movedizas. Es difícil tratar temas dónde tener o no tener razón se limita a tener una moral o tener otra*. La web está llena de blogs dónde con o sin aviso te introduces en posturas, fotografías y relatos que andan verdaderamente calientes y de personas que parecen masturbarse vía blog y de cara al mundo. Las palabras y en ocasiones la jerga utilizada superan la mía hasta el punto que en una escala del uno al diez dónde “escandaloso nivel uno” sería hablar mal de Rajoy y “nivel diez” aplaudir la pederastia, el maltrato a las mujeres o escribir artículos sobre la necesidad de practicar la necrofilia como fuente de salud… yo debía aprobar con un cinco justo, al borde de lo demasiado correcto mientras que el resto tenían el pudor en Galaxias lejanas y todavía no descubiertas por el hombre. Yo sólo hablaba sobre una tarde-noche de pareja con un par de polvos que incluían sexo oral mutuo entre hombre y mujer, postura del misionero y una eyaculación explicada mediante metáforas eróticas que sorteaban cualquier posible y no deseado (en ese momento) guiño a la pornografía. También un acto sodomita heterosexual. Evidentemente no se incluía la palabra pene y sí “polla” que, hoy por hoy, es casi un término de manual que apenas produce risas y codazos en los colegios de primaria. En según qué relatos como el erótico, usar un término como pene le hubiese restado tensión a la acción y es precisamente eso, en la tensión, en lo que se basa la sexualidad humana.

Pero la chica estaba escandalizada. Algo no funcionaba. Ella tenía una idea de mí y yo no resultaba ser ese personaje de comic que nos imaginamos que es una persona de la que “imaginamos cosas”. Yo era un personaje que se saltaba el guión y hablaba con su autor (en este caso ella) y tenía independencia de pensamiento y escribía sobre sexo que podía ser cierto o no cierto, real o inventado, era mi blog. ¿Daría por ciertos esos otros artículos dónde irónicamente digo que mis vecinos morirán algún día en mis manos si siguen tocándome las narices como lo hacen? Y ya puestos… ¿Entenderá que tocar las narices no significa que literalmente baje ninguna de esas personas a tocar el apéndice por el que respiro? ¿Me verá como un pervertido por escribir algo que ella misma debe estar haciendo salvo uno o dos detalles con su pareja?



* En la “Genealogía de la moral” de Nieztsche hay interesantes teorías sobre cómo creamos en nosotros este cuerpo de ideas sobre lo que está bien y lo que está mal, etc.



continuará...

lunes, 4 de enero de 2010

Paranoico pero feliz


El año nuevo pasado llamaron a la Guardia Urbana porque la fiesta de los dominicanos del piso de al lado parecía una bacanal romana de Calígula y estos además, tenían la música a muchos decibelios y durante toda la noche. La Guardia Urbana se pasó a rendirles cuentas allá por Febrero.

Bueno, sólo era una fiesta en una noche en la que mucha gente, dominicana o no, suele acompañarse del ruido para sofocar los gritos de su soledad. Pero yo me pregunté antes de la fiesta… ¿Y si llamo a la Urbana porque alguien ha entrado dando una patada a la puerta, me apunta con un revolver y le dice a un compinche, justo detrás de él, que me ate y luego comience a despedazarme lentamente? Imaginemos que no quiere dinero porque sólo tiene que robármelo. Quiere hacer sus ejercicios de anatomía porque sólo eso le excita. Pero yo, ante los primeros rasgueos y forcejeos con mi puerta ya he llamado a la Urbana. ¿Puedo entretener durante dos meses a estos maleantes mientras llegan los amables oficiales? Soy muy malo contando o recordando chistes. La bebida de la nevera no me da para tanto tiempo con los maleantes, habría que salir a comprar algo.

Como la duda me agobiaba decidí salir a la calle. Pero la oscuridad, apenas aliviada por el hortera ornamentado del barrio, no acompañaba ni mis pensamientos. Si se tenía que encender alguna bombilla era la de mi imaginación. Y a ser posible rápido. La crisis ha multiplicado a los desesperados. Eso no importa demasiado si eres un insensible que ve el telediario como el que mira una corrida de toros o la última entrega de “Saw” buscando la sangre y el dolor ajenos. Pero si piensas que todos esos desesperados pueden hacerlo todo por alimentar a sus hijos y pueden no tener una fiesta de fin de año como la tuya… La cosa cambia.

La felicidad ajena es bastante ofensiva. Al menos si la tuya no acompaña. Mientras paseo por el barrio de edificios altos espero ver caer racimos enteros de gente solitaria desde sus balcones. Personas que no soportan la navidad. Pero también los hay prácticos. Cuando ven familias cargadas de comida que dejarán a medias y cuyas sobras irán a la basura, o niños con estúpidos regalos más grandes que ellos que abrirán y apenas disfrutarán unos segundos para luego tirarlos e ir a comprar otros más grandes… En fin, hay personas que no soportan eso cuando no tienen ni el dinero suficiente para pagar el recibo límite de la luz que hará que no se la corten. Todas esas familias aparentemente felices y algunos de esos odiosos petardos de fiesta, y esas consignas de felicidad a toda costa que al hundido lo hunden mas como al afectado de desamor le hunden los besos y manoseos de las parejas en los parques... No se les puede culpar tanto si optan por el asesinato y el robo esa noche. Pero que no les culpe no significa que no me preocupe. Es muy fácil ser comprensivo y perdonar cuando no tienes al maníaco del cuchillo delante de ti. En fin…

Esa noche celebré una fiesta y la fiesta volvió a ser buena y este año me llegó más tranquilo y feliz que otras veces… Las calles estaban tranquilas. Los únicos paseantes por ellas eran los fantasmas de mi paranoia pasajera.

Y después de todo no es a la Guardia Urbana a la que debería llamar en esos casos.

Hay cuerpos de policía más contundentes, más rápidos. Eso espero.

Este año sólo he corrido el peligro de morir como Shakespeare, de un atracón.

Empiezo un nuevo año sin promesas claras.

Sólo la de ser más feliz que en los precedentes.

La crisis de la que salgo no depende de los mercados internacionales.