Tenía sus defectos como todo el mundo. A veces se enfadaba porque ignorabas algo sobre tus derechos laborales y su ira venía con profusión de gritos, epilepsia incontrolada del labio inferior y grandes aspavientos o braceadas al aire desde su alto y voluminoso cuerpo. De haber tenido una melena en lugar de una calvicie hubiese parecido una reproducción perfecta de Thor, el Dios del trueno y de haber añadido un martillo, hubiésemos visto como agitándolo llovía a cantaros en el exterior.
Pero era honesto. Así lo creíamos. Nunca te daba la razón en nada. Tendía a pensar que todos éramos tontos. Me dí cuenta de eso porque solía decir a casi todo lo que decíamos “eso os pasa porque sois tontos”. Pero luego nos asesoraba sobre alguna ley que nos interesaba. A regañadientes y siempre sin salir de la etapa de la negación que suelen tener los niños de dos años aunque él se acercaba ya a los cincuenta, nos gruñía instrucciones de lo más útil. Era como tener un House sin tanto ingenio (tenía un sentido del humor bastante repetitivo y pesado) pero con el mismo fondo útil y funcional que te hace pensar que al final saldrá algo bueno de él aunque no quiera.
Alguna vez que se emborrachaba celebrando algo en el trabajo le salía una vena divertida y criticaba sin maldad a los compañeros ausentes(X, esa gorda de mierda. J. ese maricón de mierda. Z. ese viejo estúpido). Sí, era tan divertido borracho que te alegrabas un poco por estar allí y te conmovía hasta el escalofrío pensar qué diría de ti si no estuvieras delante. Pero por lo general, un buen tipo. Durante casi siete años mantuve esa idea de él.
Luego llegaron unas elecciones en las que yo intenté salir como enlace sindical para protegerme más que para atacar a mi jefe. El sindicalista amigo de los obreros tomaba desde hacía cuatro años el café con los encargados. Se presentó a enlace cuando nunca le había interesado hacer de eso más que ociosamente, cuando alguien le preguntaba, sólo por hacerme de oposición. Ganó por un voto por cuatro motivos a) los tres encargados le podían votar b)estuvo asustando a los compañeros con algunas consignas del despacho y solía decirles que si salía yo elegido les restarían derechos C)ese día de elecciones apenas había compañeros trabajando que no tuvieran que romper sus vacaciones, fiesta o descanso para votarme D)a los pocos que había el muy cabrón les dijo que yo iba a denunciarles por no sé qué patraña en la que yo no tenía nada que ver(¿Denunciar yo a mis compañeros?). Siete años de engaño se me cayeron de los ojos. Ese gran tipo perdió mucha estatura ante mis ojos en cuestión de días. Al menos en un sentido moral del término.
Al principio de aquel cómic que se premió hace años con el Pulitzer (“Maus”) un padre se indigna con su hijo porque llama amigos a sus… amigos. Le viene a decir que nunca sabrás quienes son tus amigos hasta que los encierren contigo en una habitación varios días y sin comida. El padre ha estado en los campos de concentración nazis y sabe de lo que habla.
Que el hombre es él y su circunstancia ya lo sabía.
Que ese sindicalista vendido no es el demonio por sus últimas acciones también lo sé.
Que no debería sorprenderme porque la gente no es la imagen unidimensional que tenemos en la mente también es cosa sabida.
Lo que no puedo evitar es que a pesar de toda esta filosofía simplona cada vez que pienso en este individuo se me llena la boca de una saliva que me encantaría escupirle a la cara. Afortunadamente me limitaré a escupirle sólo las palabras de este post.