domingo, 17 de enero de 2010

Recordando amarguras pero sin rencor


Una vez llamé hijo de puta a mi jefe. Creo que estaba algo molesto con él.

Me había negado a quedarme más tiempo a trabajar sin cobrar y él solo dijo “vale, vale”. Ese “vale” al cuadrado significaba que no me podía a obligar a eso pero sí podía buscarme otros inconvenientes. Y lo hizo. Su nombre es venganza y sus apellidos “mobbing si me jodes”. Y así me quitó ciertos privilegios con los horarios y cada vez que pasaba por mi lado me ponía cara de “qué mierda hace esto aquí todavía”.

Un día me puso un horario que me enfadó más de lo normal. Yo soy tocayo suyo y también me llamo así, venganza. Lo primero que sentí es que quería ir al despacho y acuchillarlo pero en ese momento estaba otro encargado que no era él. Por un momento pensé que ya me servía de saco de boxeo pero al final la tomé con algunas partes del local. Una pequeña parte de mi consciencia humana me agarraba del cuello y me decía que me estuviera quieto, que aquello no estaba bien.

Pero luego en casa seguía con la ira. No podía dormir. Tenía que desahogarme. Llamé a casa de mi jefe para llamarle hijo de puta a las dos de la mañana. Sé que hay una sentencia reciente dónde un empleado ha salido inocente por estar bajo mucha presión y llamar así a su jefe. ¿Estaba yo en caliente cuando insulté a mi superior? Bueno, un poco sí perdí la cabeza. Teniendo en cuenta que me golpeaba con ella contra la pared y que me dejé los nudillos en el inocente armario de mi biblioteca de pura rabia, creo que exculpado saldría yo también del caso. Más tarde leí en el convenio que este tipo de faltas graves expiran a los tres meses si no se denuncian. Mi “ataque” fue por Semana Santa así que ya puedo escribir, ya…

Al día siguiente regresé al trabajo y comenté esto a mis compañeros. Mi jefe, esa rata cobarde y taimada, no apareció por allí. Yo por si acaso llevaba un Diazepam bajo la lengua. Sé que en nuestra sociedad no se considera diálogo golpear los dientes de alguien ni mucho menos cortarle la cabeza con una navaja y pasearte con ella por tu lugar de trabajo. La farmacopea moderna me ayudó a parecer una persona durante buena parte del día. También el hecho de que por allí sólo estaba mi encargada que no me inspiraba tantas pasiones borrascosas como el jefe.

Mis compañeros eso sí, se comenzaron a despedir de mí. Nadie me veía una continuidad en la empresa más allá del momento de recoger mi finiquito.

Al día siguiente me llamaron al despacho y yo me preparé para recoger el dinero y causarle más pesadillas a nuestro gobierno aumentando la cola del paro. Mejor que no duerma el gobierno a que no pueda dormir yo.

Mi jefe dejó la puerta del despacho abierta y se acompañó de la encargada. Intuí que había perdido toda su confianza en mí. También en mi equilibrio mental. Y entonces habló:

- Si lo que quieres es que te eche lo tienes mal. No sé que te pasa últimamente pero vas por mal camino. Aquí no se te ha hecho mobbing de ningún tipo. Simplemente te negaste a hacer algo y has perdido tus privilegios por ello. Ya está y blah, blah…

Bien. En algunas palabras explicó que me hacía mobbing pero que al llamarlo de otra manera no era mobbing y que no me echaba porque normalmente hay una ley no escrita en las empresas que dice que cuando el trabajador está harto, más tarde o más temprano se irá por su propio pie y te ahorrará gastar en él una indemnización por despido improcedente.

En esta empresa he visto despedir a mucha gente por causas injustas.

Por la misma perversa forma de injusticia, yo sigo trabajando allí.

Pero de baja por depresión nerviosa.

Y para proteger a mi jefe de mis arrebatos, que mala persona no soy. Al menos cuando las pastillas me permiten desarrollar toda la bondad que hay en mí.

2 comentarios:

  1. Al leer tu post en partes del texto me vi identificada ,un caracter apoteosico.
    Espero que estes bien y que te hayas calmado ahora que estas de baja.
    Un beso

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