Salí algo agobiado de ese microclima de selva amazónica brasileña sofocante. Había animales que nunca habría creído que existían vivos y expuestos al público (y hasta aguantándoles la mirada como los de la foto que me miraban sin problemas hasta que yo les apartaba la vista). Los patos me caían simplemente bien pero el mamífero y las pirañas me fascinaban.
A las siete tenía planetario. Mi sobrina me preguntó si había visto la boa y si esta estaba en una jaula. Como tocaba ver los planetas le dije que sí pero que ahora era mejor dejarla tranquila porque tenía hambre y se había comido dos o tres niños, que luego visitaríamos el microclima con sus padres y nos aseguraríamos de que la boa estaba saciada.
La tarde estaba siendo agradable. Yo estaba matando unos cuantos recuerdos y no sé por qué se me aparecía la canción de José María Cano de aquel viejo grupo pop español que decía algo como “y aunque fui yo quien decidió que ya no más y no me cansé de jurarte que no habrá segunda parte me cuesta tanto olvidarte…”.
Pero en el museo de la ciencia me lo estaba pasando muy bien y además descubrí cosas como que las orejas siguen principios muy similares a las antenas parabólicas (más bien debería decirlo al revés). Es increíble lo ordenado que está el mundo más allá de las cuatro paredes de mi cráneo. Mi memoria es hermana del caos primigenio.
En la sala del planetario un niño comenzó a llorar cuando apagaron las luces y se vio en mitad del Big Bang sin previo aviso. Luego, con la música New Age, la charla suave y en catalán sin acento de la mujer que en voz en off y grabada nos explicaba el supuesto principio de todo, de tus problemas y de los míos, los niños se fueron callando y a juzgar por la ausencia de comentarios hasta parecieron dormirse.
Yo mismo, tumbado y con la vista dirigida hacia el techo por una butaca reclinada (la pantalla era circular y estaba sobre nosotros) estuve a punto de regresar a la dulce no existencia del sueño. No era que no fuese interesante, era que la noche anterior, la almohada se me había llenado de recuerdos y nos habíamos estado peleando hasta altas horas de la madrugada con el consiguiente insomnio que eso produce.
Pero allí, dedicado a minimizar la importancia del Homo Sapiens en el universo y la mía en particular, todo parecía estar bien.
Y entonces mi sobrina me cogió el brazo con un gesto improvisado del cariño que me tiene y se lo situó en el regazo. Un acto infantil y espontáneo que me recordó otro en otro lugar y en otro momento, creo que en un cine, justo uno que no quería tener sobre una persona que me hizo sentir como el mencionado J. M. Cano cuando escribió esa letra. Un recuerdo sobre Ella que es como un cadáver del que no sé deshacerme, hay problemas logísticos de todo tipo. Un recuerdo de los muchos a los que les he estado dando paletadas de olvido estos días pero no puedo porque los recuerdos no aceptan empujones, van a la suya. Los recuerdos son como minas antipersona que esperan agazapadas hasta en ese gesto espontáneo de una niña que me quiere y es correspondida a niveles que no son dañinos para nuestra salud. El gesto de mi sobrina llevando mi mano hasta su regazo era otra de esas pequeñas maldades del destino o de mi memoria. Durante un segundo fue un regreso al pasado de lo más indeseable. Yo sólo había entrado al planetario con la idea de ver el pasado de la humanidad, no el mío.
Hay recuerdos enredados en sinapsis que nunca debieron hacerse y que traicionan todo lo que deseas.
Juraría que cuanto más evito esos recuerdos más grandes se hacen.
Se alimentan de mi voluntad de matarlos.
A las siete tenía planetario. Mi sobrina me preguntó si había visto la boa y si esta estaba en una jaula. Como tocaba ver los planetas le dije que sí pero que ahora era mejor dejarla tranquila porque tenía hambre y se había comido dos o tres niños, que luego visitaríamos el microclima con sus padres y nos aseguraríamos de que la boa estaba saciada.
La tarde estaba siendo agradable. Yo estaba matando unos cuantos recuerdos y no sé por qué se me aparecía la canción de José María Cano de aquel viejo grupo pop español que decía algo como “y aunque fui yo quien decidió que ya no más y no me cansé de jurarte que no habrá segunda parte me cuesta tanto olvidarte…”.
Pero en el museo de la ciencia me lo estaba pasando muy bien y además descubrí cosas como que las orejas siguen principios muy similares a las antenas parabólicas (más bien debería decirlo al revés). Es increíble lo ordenado que está el mundo más allá de las cuatro paredes de mi cráneo. Mi memoria es hermana del caos primigenio.
En la sala del planetario un niño comenzó a llorar cuando apagaron las luces y se vio en mitad del Big Bang sin previo aviso. Luego, con la música New Age, la charla suave y en catalán sin acento de la mujer que en voz en off y grabada nos explicaba el supuesto principio de todo, de tus problemas y de los míos, los niños se fueron callando y a juzgar por la ausencia de comentarios hasta parecieron dormirse.
Yo mismo, tumbado y con la vista dirigida hacia el techo por una butaca reclinada (la pantalla era circular y estaba sobre nosotros) estuve a punto de regresar a la dulce no existencia del sueño. No era que no fuese interesante, era que la noche anterior, la almohada se me había llenado de recuerdos y nos habíamos estado peleando hasta altas horas de la madrugada con el consiguiente insomnio que eso produce.
Pero allí, dedicado a minimizar la importancia del Homo Sapiens en el universo y la mía en particular, todo parecía estar bien.
Y entonces mi sobrina me cogió el brazo con un gesto improvisado del cariño que me tiene y se lo situó en el regazo. Un acto infantil y espontáneo que me recordó otro en otro lugar y en otro momento, creo que en un cine, justo uno que no quería tener sobre una persona que me hizo sentir como el mencionado J. M. Cano cuando escribió esa letra. Un recuerdo sobre Ella que es como un cadáver del que no sé deshacerme, hay problemas logísticos de todo tipo. Un recuerdo de los muchos a los que les he estado dando paletadas de olvido estos días pero no puedo porque los recuerdos no aceptan empujones, van a la suya. Los recuerdos son como minas antipersona que esperan agazapadas hasta en ese gesto espontáneo de una niña que me quiere y es correspondida a niveles que no son dañinos para nuestra salud. El gesto de mi sobrina llevando mi mano hasta su regazo era otra de esas pequeñas maldades del destino o de mi memoria. Durante un segundo fue un regreso al pasado de lo más indeseable. Yo sólo había entrado al planetario con la idea de ver el pasado de la humanidad, no el mío.
Hay recuerdos enredados en sinapsis que nunca debieron hacerse y que traicionan todo lo que deseas.
Juraría que cuanto más evito esos recuerdos más grandes se hacen.
Se alimentan de mi voluntad de matarlos.
Esas cosas suelen pasarle a uno cuando está en el planetario, sobre todo por tener que aguantar los decibelios desbocados que pululan por el ambiente. Es una experiencia terrorífica
ResponderEliminarproclamo.
A mí me sigue impresionando como de una situación de lo más trivial tenemos esa facilidad para transportarnos al pasado. Un olor, un gesto y nada es capaz de parar el viaje hacia atrás. Duele, claro que sí. Aunque quizá sea el sentido de toda esta parafernalia, no lo sé, y aunque sigo desconociendo la respuesta... espero estar equivocada (que será lo más posible)
ResponderEliminarUn beso, David.
Hace solamente muy poco tiempo abandoné los recuerdos. O ellos a mí. Y no sabes cuánto se lo a agradecí, a los recuerdos, que me soltaran de una vez. Me otorgaron el tercer grado.
ResponderEliminarUn beso.
Esa canción es horrible, no puedo evitar ponerme melancólica cada vez que la escucho por mucho tiempo que haya pasado de todo y no queden heridas que lamerse
ResponderEliminarSi olvidas un recuerdo ya no es recuerdo. Que no es que yo sea lista es que es evidente.
ResponderEliminarLo mejor son los recuerdos-diapositivas que yo llamo...sin emociones ni buenas ni malas...
Una gota de mi hielo.
;)
Siempre adelante y siempre tan lindo tu blog,vale bien venir de visita por estos lugares y empaparse de todo lo bueno que publicas,mi abrazo como siempre y te espero por mis sitios desde luego.Mucha luz y hasta pronto...
ResponderEliminara) eso se llama síndrome de la cuchara (no es mío -ojalá- pero lo adopté-descubrí hace muchos años). el ejemplo estúpido es recordar a alguien porque la última vez llevaba una cuchara en la mano
ResponderEliminarb) mi duende del hogar está haciendo de las suyas con el amigo que ya no lo es y que lleva intentando (él por su lado y yo por él mío) dejar de serlo desde que empezó 2009. juré dejarlo fuera en 2010 y no hace más que reaparecer
c) a todo esto, he pedido un lectorado en brasil
besos